Sacudirse el dolor, necesidad para crecer

por Revista Hechos&Crónicas

Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables. 1 Pedro 5:10.

El dolor es un sentimiento grande tristeza sin embargo este puede llegar a convertirse en un buen mentor a la hora de explotar esa pena para extraer grandes lecciones para la vida cristiana. A pesar de lo mucho que puede aportar, el dolor hay que saberlo manejar porque así como puede dar crecimiento también puede generar daños que desembocan en raíces de amargura.

Grandes hombres de fe tuvieron períodos de intenso dolor donde la tristeza invadió sus corazones en medio de su trabajo ministerial y en ciertos instantes Dios parecía lejano, pero Él estando allí quería enseñarles a estos grandes hombres de fe.

Estas situaciones de dolor fueron tan severas que reyes, príncipes, profetas y hombres tuvieron que quebrarse y de rodillas clamar a Dios con todas sus fuerzas para no desfallecer. Sin embargo, los protagonistas de estas historias no se quedaron viviendo en el dolor causado sino que se sacudieron, extractaron la lección y Palabra de Dios hacia ellos y no quedaron inmersos en el sufrimiento sino que aprendieron de el. Veamos algunas de ellas:

David y la muerte de su hijo

Tras haber fornicado con Betsabé, la esposa de Urías, esta le dio un hijo al Rey David. Sin embargo, el rey había pecado y allí es cuando el profeta Natán reprende a David en nombre de Dios y le señala que la consecuencia del pecado es muerte. Allí sucede esta historia, donde el hijo de Betsabé y David cae gravemente enfermo, como lo señala 2 Samuel 12: 16-18:

David se puso a rogar a Dios por él; ayunaba y pasaba las noches tirado en el suelo. Los ancianos de su corte iban a verlo y le rogaban  que se levantara, pero él se resistía, y aun se negaba a comer con ellos. Siete días después, el niño murió. Los oficiales de David tenían miedo de darle la noticia, pues decían: «Si cuando el niño estaba vivo, le hablábamos al rey y no nos hacía caso, ¿qué locura no hará ahora si le decimos que el niño ha muerto?»

El dolor de David era inmenso, acababa de morir su hijo por el que había estado sumido en oración y ayuno. Hasta sus propios oficiales pensaban que algo más grave podía suceder con su rey tras el fallecimiento pero sucede todo lo contrario: David respondió: —Es verdad que cuando el niño estaba vivo yo ayunaba y lloraba, pues pensaba: “¿Quién sabe? Tal vez el Señor tenga compasión de mí y permita que el niño viva”. Pero, ahora que ha muerto, ¿qué razón tengo para ayunar? ¿Acaso puedo devolverle la vida? Yo iré adonde él está, aunque él ya no volverá a mí. Luego David fue a consolar a su esposa y se unió a ella. Betsabé le dio un hijo, al que David llamó Salomón. El Señor amó al niño. 2 Samuel 12: 22-24.

El rey David entendió que el dolor de ver a su hijo enfermo había sido consecuencia directa de su pecado y por eso  buscó al Señor para que tuviera misericordia de él. Al morir el niño, el rey entendió que el propósito de Dios era otro y tras haber aprendido de su error procedió a sacudirse del dolor, a adorar al Señor y a consolar a la que ya era su esposa. Leer 2 Samuel 12: 20. Más adelante, El Señor le concede otro hijo que se convertiría en el rey Salomón, el rey más sabio del mundo.

Las penurias de Job

Hay un dicho popular que dice “tiene más paciencia que el santo Job” y es que a este personaje bíblico le pasó de todo. Siendo millonario perdió todas sus riquezas en un pestañeo, sus hijos murieron, su esposa lo dejó, se enfermó con llagas en todo el cuerpo y sus amigos en vez de apoyarlo, lo juzgaron y atacaron.

¿Por qué le pasó todo esto si Job era un hombre recto e intachable como lo dice Job 1:1? Dios tenía que enseñarle a Job y a todos los que leyeran su historia, que la dependencia debía ser solo y en exclusiva de Dios a pesar de cualquier cosa que sucediera.

Estas pruebas le mostraron a Job el panorama de lo que realmente pasaba en su vida algo que ni su familia ni amigos podían enseñarle, solo Dios.

Lo más impresionante es que Job no pecó ni ofendió a su Dios estando en lo peor de lo peor. En medio de las cenizas y rascándose con una teja, Job escuchó detenidamente a Dios como a un verdadero padre y amigo. En medio de su dolor fue atento a las Palabras de su Creador y no de quienes lo rodeaban para así terminar pidiendo perdón y reafirmando su dependencia de Dios: De oídas había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza. Job 42:5-6.

Tras esta sentida oración, El Señor restauró a Job en todos los aspectos de  su vida.

Jesús y la despedida de su madre

Cuando Jesús vio a su madre, y a su lado al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento ese discípulo la recibió en su casa. Juan 19: 26–27.

María estaba atravesando por uno de los dolores más terribles para una madre: ver la injusta muerte de un hijo inocente. Jesús sabía el dolor por el que atravesaba su madre pero todo ello se cumplía con el propósito de salvar a toda la humanidad de sus pecados y enfermedades.

Sin embargo, no fue indolente. Le encomendó la tarea de cuidar a su madre a su discípulo amado, no era una tarea fácil en aquel momento pero El Señor estaba cuidando el corazón de su madre y al mismo tiempo cumpliendo la misma palabra que Él había enseñado: honra a tu padre y a tu madre.

Ella estaba atravesando por un gran dolor al ver a su hijo sufriendo por el mundo y en este caso Él mismo sabía cuánto dolor tenía que sufrir para cumplir con su propósito salvador, tal como lo describe Hebreos 5:7-10: En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión. Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y, consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen, y Dios lo nombró sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

Finalmente, el dolor es parte de la vida pero no lo es todo. Y a pesar de que el sufrimiento causa congoja es necesario para enseñarnos lecciones fundamentales para una vida espiritual saludable, tal como lo concluye 2 Corintios 1:5–7: Pues, así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él tenemos abundante consuelo. Si sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y, si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los ayude a soportar con paciencia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Firme es la esperanza que tenemos en cuanto a ustedes, porque sabemos que, así como participan de nuestros sufrimientos, así también participan de nuestro consuelo.

Foto: Camila Quintero Franco – Unsplash

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