Declaro, decreto y recibo

por Revista Hechos&Crónicas

¿Es bíblica la moda de declarar algo en el Nombre de Jesús?

Hace unos días, mi hijo se enfermó. Fue muy angustiante, pues era una enfermedad poco común y los médicos, nos mostraban panoramas poco alentadores. Comenté la situación con amigos cristianos y muchos me dijeron: “declara sanidad sobre su vida, recuerda que las palabras tienen poder. No te atrevas ni siquiera a nombrar la enfermedad, ora y decreta que ya está fuera”. Con sinceridad, no sentí paz de hacer esa declaración. No porque no crea en Dios, porque dude, ni mucho menos porque no quiera que mi hijo sea sanado, sino porque si algo he aprendido es que Dios es soberano y tiene propósitos que no conocemos. Sé que Dios tiene planes maravillosos para mi hijo, pero también sé que mi hijo es suyo y que su salud depende de Él, no de mis palabras.

Oré a Dios entregando a mi hijo en Sus manos, pidiéndole que si era Su voluntad, lo sanara, pues era lo que anhelaba con todas mis fuerzas, pero sobre todo, oré a Dios para que hiciera Su voluntad en la vida de mi hijo. No puedo decir que fue una oración fácil, pero rendí mi corazón de madre ante mi Dios y Él me escuchó. Lo que ocurrió después fue hermoso. Mi hijo no tiene ninguna de las complicaciones típicas de su diagnóstico y aunque debe realizarse controles periódicos por algún tiempo, sé que Dios lo sanó para Su gloria. Sin embargo, de esto me quedó una gran duda… ¿Ofende a Dios si yo decreto algo en Su Nombre?

No me mal entienda querido lector, no se trata de dudar del poder que Jesús dejó en nosotros a través del Espíritu Santo. Se trata de esa moda adoptada por muchos de declarar las cosas sin contar con la voluntad de Dios, que de alguna manera se convierte en una forma de torcerle el brazo y obligarlo a cumplir mis deseos, como si se tratara del genio de la lámpara.

La iglesia como una tienda de comidas rápidas

Sobre el tema, el pastor Darío Silva-Silva, describe este fenómeno en su libro El reto de Dios: “Como si faltara, se percibe un incremento de la fe en la fe, en detrimento de la fe en Dios. «Pídelo y recíbelo», consigna de quienes así piensan, asemeja la iglesia a una tienda de comidas rápidas, contrariando las propias Escrituras que subrayan la virtud de la perseverancia. La gente, hambrienta de muchas maneras, acude a estos expendios o pedir un bocado que conoce necesidad inmediata.

En este tipo de grupos pareciera (¡qué horrible decirlo!) como si Jesús fuese un criado de delantal, listo para atender a la clientela, lo cual es su obligación perentoria si ya se ha dado anticipadamente la propina, que es el diezmo. Algunos se imaginan que basta con hacer un pedido por teléfono celular al cielo para que el Padre envíe de inmediato a un ángel en bicicleta a cumplir el servicio domiciliario. ¡Qué irresponsablemente se ha soslayado la esencia del cristianismo!”

Textos fuera de contexto

En esta revista se ha dejado al descubierto la farsa de la “teología de la prosperidad” que ha centrado la vida cristiana en el dinero con el fin de aprovecharse de la necesidad de los creyentes. Sin embargo, este tema de declarar, decretar o proclamar las peticiones como ciertas en el nombre de Jesús no es dado por personas mal intencionadas, sino por personas de fe al interior de la iglesia que han sacado de contexto algunos versículos bíblicos:

—Por la poca fe que tienen —les respondió—. Les aseguro que, si tuvieran fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrían decirle a esta montaña: “Trasládate de aquí para allá”, y se trasladaría. Para ustedes nada sería imposible. Mateo 17:20.

Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán. Marcos 11:24.

Escrito está: «Creí, y por eso hablé». Con ese mismo espíritu de fe también nosotros creemos, y por eso hablamos. 2 Corintios 4:13.

Cada uno se llena con lo que dice y se sacia con lo que habla. En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto. Proverbios 18:20-21.

Frente a esto, el pastor Mario Andrés Santa asegura: “desde el punto de vista de la teología sistemática, la suma de la palabra es verdad. Por eso no puedo tomar un solo texto para centrar una doctrina y debo mirar lo que dice antes, después y en otros libros. Por ejemplo, Mateo 6:10 en el Padre Nuestro dice: hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, el Salmo 5:3 dice: … te presento mis ruegos, y quedo a la espera de tu respuesta. Y así podemos encontrar varios textos, por eso yo no puedo aplicar simplemente lo que dicen estos versículos sacándolos de contexto, porque mi fe no está por encima de la voluntad de Dios. Yo pido con fe y sé que si es voluntad de Dios, lo tengo; pero eso no implica que siempre que yo pida, va a pasar, porque querría decir que mi petición estará por encima de la voluntad de Dios.

Esa tendencia es lo que se conoce como teología de la fe, que da origen a ese tipo de comportamientos en la iglesia donde a uno le dicen que cuando proclama, recibe. Esto se ve en gente bien intencionada, pero que distorsiona un poco la práctica bíblica correcta. También se da, como en este caso, al pretender no mencionar una enfermedad, si la tengo. Bíblicamente no hay un soporte para esto y en ningún momento Dios dice que si hablo de lo que está sucediendo, voy a atraer maldiciones. Mi fe se convirtió en algo más importante que el Dios de mi fe. Nos enseñaron a tener fe en la fe y no en Dios, lo que distorsiona la imagen de Dios como Señor, porque al decretar, estoy dándole órdenes al Señor y Él obligado a cumplir.

Confundimos lo que dice la Biblia  de que la palabra tiene poder, ata y desata. Una cosa es le diga a mi hijo que es bobo o inútil pues si lo digo constantemente, ser formará esa imagen.

Lo que Dios me dice es: “deposita tu ansiedad sobre mí y yo cuidaré de ti”. No eres tú, no son tus palabras, es Dios. Lo que tiene poder es la Palabra de Dios, la guía, la unción, el respaldo que da el Espíritu Santo”, asegura el pastor Santa.

No es necesario declarar, decretar o proclamar

Cuando yo declaro o decreto, mi confianza no está puesta en Dios sino en mis propias palabras, en el poder de lo que yo digo. Declarar sin contar primero con la voluntad de Dios es un acto de orgullo, y en muchos casos viene de hablar sin tener realmente una relación íntima con Dios, pues cuando la tenemos, confiamos en que Sus planes son mejores que los nuestros (Jeremías 29:11).

Tener fe en Dios y no en la fe, es confiar en Él, caminando en Su palabra y en Su verdad, pues sin importar nuestras declaraciones, Dios tiene todo bajo control. Él no nos promete una vida sencilla o perfecta en nuestro paso por esta tierra, pero nos promete cuidar de nosotros, acompañarnos en todos los momentos y, aún mejor, darnos una vida eterna. Nuestra manera de orar puede hacer la diferencia entre decretar con orgullo lo que queremos o pedir conforme a los deseos de nuestro corazón, pero con la humildad de saber que Él tiene la sabiduría y el amor para decir que Su voluntad es siempre buena, agradable y perfecta.

Por: María Isabel Jaramillo // @MaiaJaramillo

Foto: Edward Cisneros // Unsplash

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