La reina que cambió la Navidad

por Revista Hechos&Crónicas

Amamos el pavo, los tamales, las hallacas, el pan de jamón, los buñuelos, el ajiaco, la ensalada de gallina, el asado argentino  y todo el fino repertorio gastronómico occidental que le aporta a cada diciembre esa sensación de festividad y regocijo.

Sin embargo, más de una de esas tradiciones tiene un origen bastante curioso y, a pesar de que cada año compramos abalorios, decoramos con luces y llenamos nuestros hogares con todo aquello que creemos que hace parte de la celebración por el nacimiento de nuestro Señor, en realidad no estamos tan familiarizados con ello como pensamos.

Transformación cultural

Una de las soberanas más ilustres de la historia de Inglaterra no fue otra que la reina Victoria, cuyo gobierno es considerado, hasta hoy, el segundo más largo de ese país, solo un escalafón por debajo de Isabel II, actual monarca de Reino Unido.

Su ascenso y permanencia en el trono es considerado como un período de iluminación, el apogeo del arte, la literatura y el romanticismo, aunque también estuvo marcado por ciertos acontecimientos de carácter social, político y económico que cambiaron la cara del mundo conocido y marcaron la pauta de los primeros años del siglo XX.

Dama y reina

Pero, ¿quién fue esta ilustre mujer? Victoria solo contaba con 10 años cuando supo por primera que algún día ocuparía el trono de Inglaterra y estaba en clase con una institutriz, como era la costumbre académica entre las jovencitas pudientes de la época, cuando le fue notificada la noticia. Y es que, lejos de experimentar temor por las responsabilidades que tendría que llegar a asumir, dijo de manera sucinta y decidida: “Seré buena”.

En 2019 se celebró el bicentenario de su nacimiento, que ocurrió el 24 de mayo de 1819, y muchos han aprovechado el aniversario para hacer honor no solo a esta increíble mujer por su temple para regir a un país y convertirlo en una potencia mundial durante 63 años, sino también por su carácter, ya que, pese a haber sido una dama bajita, robusta y quizá poco atractiva, Victoria acabó por convertirse en una de las figuras más importantes tanto de la historia británica como de la monarquía europea.

Los albores de la Navidad

Más allá de sus destacados logros políticos, Victoria contribuyó de manera notable a dar forma al mundo conocido en materia de cultura. No hay que olvidar que una de las características que a menudo encontramos en los libros que tanto nos gustan y que se ha extendido notablemente es el uso de la vegetación como símbolo de la Navidad.

Este hábito se remonta a la Edad Media, cuando se usaban árboles de hoja perenne, como romero, laurel, acebo, hiedra y muérdago, para crear un ambiente alegre; así como el fuego y la luz, que tan necesarios son para estos días y con lo que por aquellos días también deseaban simbolizar fertilidad y vida eterna.

En el siglo XIX, no obstante, la Navidad no era tan celebrada en las ciudades como en el campo; de hecho, en el período de la Regencia inglesa —que inició cuando el Parlamento le adjudicó a “Prinny”, heredero al trono, las funciones del reinado, debido a que su padre, Jorge III, padecía una enfermedad conocida como porfiria— no había árboles decorados en casa y no era una festividad destinada a los niños, ni mucho menos, sino que estaba pensada en reunir a los adultos, bailar, compartir copiosas cenas; y si había pequeños, se les dejaba en sus habitaciones, a cargo de una nodriza.

Un regalo en el cielo

No fue sino hasta el reinado de Victoria cuando este período del año, que tanto nos gusta, dio un giro inesperado y maravilloso. Se dice que fue ella, junto con su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, quien popularizó el uso del árbol de Navidad como lo conocemos hoy. La tradición nació en Alemania, pero el honor se lo lleva el Reino Unido, ya que, de hecho, el primer árbol inglés se colocó en 1800, 19 años antes del nacimiento de Victoria, en el Queen’s Lodge, cerca de Windsor.

Según la leyenda, fue el reformador Martin Lutero, compatriota de la reina Carlota (esposa de Jorge III), quien inventó el árbol de Navidad. Así, una noche de invierno, Lutero caminaba por un bosque de pinos, cerca de su residencia en Wittenberg, cuando levantó la mirada y vio miles de estrellas brillando en el firmamento como joyas que resplandecían incluso entre las ramas de los árboles. Fue esta vista tan espléndida lo que lo inspiró a colocar un abeto iluminado con velas por Navidad, con la finalidad de recordarles a sus hijos la belleza del cielo que anunció la llegada al mundo del Salvador.

Tendencia hasta nuestros días

En el siglo XIX, las fiestas de Navidad empezaban la noche del 24 de diciembre y culminaban el 6 de enero. Durante este tiempo, se adornaban las casas con muérdago y no era sino hasta los primeros días del Año Nuevo cuando se retiraban los abalorios y se quemaba la vegetación, puesto que, si no, según se decía, la casa corría peligro de atraer mala suerte.

En Inglaterra comenzó a “florecer” la tradición de los árboles de Navidad como adornos recurrentes desde que la reina Victoria impuso la moda. Por aquella época, Victoria aún no había sido coronada, pero quería que su esposo se sintiera como en casa. De este modo, no solo logró su cometido, sino que dio felicidad a todo un reino.

Árboles, muérdago y villancicos

Y además del árbol navideño, el gusto de la reina Victoria por la Navidad también ayudó a importar otras ideas, como felicitarse con postales diseñadas para la ocasión, rodear el abeto de la casa con obsequios, compartir una mesa llena de manjares e incluso fue ella, de acuerdo con muchos historiadores, quien extendió la preparación del pollo y el pavo como parte de la cena de Nochebuena, con galletas como postre.

El pudín de Navidad, que es tradicional en muchos países europeos y en algunos de América Latina, también es una costumbre que se remonta a aquellos días y es una mezcla de trece ingredientes que representan a Cristo y sus doce apóstoles: sebo, azúcar morena, pasas, limón, cáscara de lima, cáscara de naranja, especias, migas de pan, huevos, leche y brandy.

Así mismo, los adultos no solían intercambiar regalos el día de Navidad hasta que Victoria implementó la costumbre, haciendo común que los niños recibieran un juguete; mientras que los villancicos parecen haber sido una moda que estuvo en pleno apogeo durante su gobierno, pues no hay constancia de que esta música se cantara en épocas anteriores y hay expertos que apuntan a que procede de Gales.

Jesucristo, nuestro más noble obsequio de amor

Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Lucas 2:11 Para los cristianos no hay época tan significativa, —quizá con excepción de Semana Santa— como la Navidad. Esto no solo debido a que celebramos el nacimiento del Salvador, sino que el ambiente que se respira y lo que estas fechas representan es propicio para la unión familiar, el perdón y el reencuentro con nuestros valores.

En un mundo tan convulsionado, sin duda la Navidad es indispensable y es la nueva oportunidad que Dios nos concede cada año para abrazar a nuestros seres queridos, ver sonreír a los niños y recrear en los hogares un ambiente de paz que nos recuerde el milagro de la vida y del amor que el Señor siente por cada uno de nosotros.

Por: Verushcka Herrera R. /@vhrequeijo

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