Ídolos perversos

por Revista Hechos&Crónicas

Cuando leemos en la Biblia que Dios nos pide apartarnos de los ídolos, nos imaginamos habitaciones llenas de imágenes, becerros de oro, o personas rindiendo culto al sol, a la naturaleza, o quién sabe a qué más. Pero cuidado. Cuando Dios nos habla de ídolos, puede estar hablándonos de aquello que amamos. De nuestros seres queridos, de las cosas que nos gustan o hasta de nosotros mismos.

No tengas otros dioses además de mí. No te hagas ningún ídolo, ni nada que guarde semejanza con lo que hay arriba en el cielo, ni con lo que hay abajo en la tierra, ni con lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni los adores. Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso. Éxodo 20:3-5.

Este pasaje es bastante claro. Dios es celoso. Pero no celoso como vemos a tantas personas compulsivas y enfermas en esta Tierra. Es celoso porque nos ama y quiere que guardemos nuestro corazón en pureza para adorarlo solo a Él. No quiere decir que no podamos amar a nadie más o valorar lo que tenemos, es el exceso y el desorden en las prioridades lo que Dios condena.

El pastor Darío Silva-Silva, en su libro, El eterno presente lo define así: “Todos los problemas humanos se derivan de una sola causa: idolatría. De una u otra forma, los dioses falsos interfieren las bendiciones del Único Dios Verdadero sobre sus criaturas. Es lamentable, aún en grupos de sana orientación doctrinaria, hallar algunas confusiones sobre el tema. Se piensa, en términos generales, que idolatría es un acto más o menos mecánico de postrarse en la presencia de un ídolo fabricado por el propio hombre y clamar a él como si fuera Dios. Y claro que eso es idolatría, pero no solo eso lo es. A medida que la mente humana se va sofisticando a niveles de abstracción mayores, la idolatría se adapta a nuevas formas, sutilizándose a sí misma, para mejor cumplir su objetivo: alejar al hombre de su Creador”.

La idolatría o adoración a algo que no sea Dios tiene tantas caras como personas en la Tierra, Hechos&Crónicas cita las más comunes, pero usted puede pedir a Dios discernimiento para descubrir si en su vida hay algo que esté ocupando el lugar de Dios.

1- Imagen personal

A veces, el primer ídolo que tenemos somos nosotros mismos. Para bien o para mal. En muchos casos el ego nos gobierna y creemos que estamos por encima de los demás. Nos creemos más sabios, más inteligentes, más espirituales, etc. También ocurre con nuestra apariencia física, nos esforzamos demasiado para vernos bien y creemos que esa es la manera en que seremos amados y aceptados.

Ponemos nuestro intelecto o nuestra belleza en un pedestal en el que no debe estar, comenzamos a confiar en nuestras propias fuerzas, capacidades y logros y dejamos de depender de Dios.

El ego ha llegado a niveles tan alarmantes, que las personas no quieren tener responsabilidades. De acuerdo con el “termómetro de familia” de la Universidad de la Sabana, seis de cada 10 colombianos no quiere tener hijos, sino enfocar su vida en sus propias aspiraciones.

Pero apartarnos de Dios no solo ocurre cuando pensamos lo mejor de nosotros mismos, sino también cuando pensamos lo peor, pues si nuestra autoestima está baja, también tendemos a reemplazar el lugar de Dios con cualquier cosa que pueda llenar nuestros vacíos. Es ahí cuando podemos caer en depresión y desapego por la vida. No en vano, las autoridades reportan que en Colombia se reporta un suicidio cada tres horas y media.

Dios nos ha llamado a amarnos, pues ha dicho que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, pero también a vernos con moderación, pues si nuestro ego crece, nuestra fe disminuye. Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado. Romanos 12:3.

La clave es entender que no somos nosotros, sino Dios. Que no depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, sino de Su voluntad. Que debemos poner de nuestra parte, pero que la gloria y la honra son para Dios, pues Él es nuestro dueño.

¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. 1 Corintios 6:19-20.

2- Seres queridos

Así dice el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor! Jeremías 17:5.

Cuando me casé, hace cerca de 13 años, mi esposo se convirtió en la persona más importante para mí. Fue el hombre que Dios puso para mí y me lo confirmó de varias maneras. Estábamos cerca de cumplir un año de casados cuando a mi esposo tuvo que trasladarse a otro país por motivos laborales.

Lo primero que pensamos es que yo debía irme con él, pero ni la empresa, ni nuestros recursos, ni mis estudios nos permitieron avanzar con esa decisión, así que mi esposo viajó solo. Cada mes venía a pasar cuatro días conmigo y yo lo acompañaba durante las vacaciones, pero durante un año permanecí sola. Fue una prueba muy fuerte para mí, porque aunque parezca exagerado, creí que me iba a morir sin él. Caí en una profunda depresión. Había puesto toda mi felicidad en el amor que nos teníamos.

Durante ese tiempo me aferré a Dios. Puse en Sus manos todo el dolor que sentía por la soledad y ausencia de mi esposo y Él me permitió ver que aunque mi esposo era el hombre escogido para mí, yo lo había puesto en un lugar en el que no debía estar, casi al mismo nivel de Dios. Él nos había apartado para permitir que pusiéramos en orden nuestra relación y así lo hicimos, pues comprendimos que nada ni nadie puede ocupar el lugar de Dios. Tal como a mí me pasó con mi esposo, a usted puede pasarle con otras personas.

Los esposos, por ejemplo, se quejan de que la mujer se dedica en cuerpo y alma a sus hijos y descuida la relación de pareja. Caso muy común de lado y lado, pues el amor que se siente por los hijos es incomparable.

De 22.720 divorcios que hubo en Colombia el año pasado, 20% argumentaron sentirse menospreciados por su pareja, de acuerdo con cifras de la Superintendencia de Notariado y Registro.

En muchos casos los amigos ocupan el primer lugar y en otros, los “endiosados” son los papás. Los novios, tan enamorados, pueden dejar de poner su confianza en Dios por ponerla en la pareja o incluso, algo muy común por estos días es cómo la mascota llega a ser más importante que la familia y que el mismo Dios.

La consultora Raddar asegura que cada vez las familias colombianas tienen menos hijos y más mascotas y por lo menos 30% de los hogares tienen una. Deuteronomio 6:5 dice: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas, así que el primer lugar, sin duda alguna, le pertenece, pero además nos ayudará a poner en orden el resto de nuestras prioridades.

3- Lo material

Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se h an causado muchísimos sinsabores. 1 Timoteo 6:10.

Cifras analizadas por la firma Raddar, aseguran que el consumo en Colombia llegó a $58 billones, que da cuenta de un incremento del 4,3% en términos reales del gasto en hogares. El dinero y nuestras posesiones pueden llegar a convertirse en ídolos para nosotros. Tener un hermoso carro, el último celular, los gadgets o ropa de moda, etc. A veces cuidamos nuestras posesiones más que nosotros mismos y les dedicamos más tiempo que a nuestra relación con Dios.

Una casa, por ejemplo, puede hacernos sentir seguros de no tener que vivir en la calle, pero si ponemos nuestra confianza en eso, la apartaremos de Dios.

Dios es nuestro proveedor, nuestro sustento. En su soberanía Él da y quita. Lo importante es que fijemos nuestra mirada en lo eterno y no en las cosas de esta Tierra.

4- El trabajo y la iglesia

Un estudio de la firma Trabajando.com revela que 64% de los colombianos se considera adicto al trabajo.

El trabajo es una bendición de Dios, pero no puede ocupar Su lugar ni el de la familia. En la actualidad, el número de ‘laboradictos’ va en aumento, muchas personas sienten que a través del esfuerzo que dedican en su trabajo, de sus fuerzas y del dinero que reciban podrán tener aceptación y una vida mejor y más tranquila. Error. Todas estas cosas las da Dios y el trabajo es una forma de hacerlo. Nuevamente, no somos nosotros, es Él.

Lo mismo pasa con la iglesia. A veces nos preocupamos mucho por servir a Dios y nos involucramos tanto en la iglesia, que se nos convierte en una prioridad por encima de Dios o en un club social donde conocemos gente y pasamos nuestros ratos libres. No podemos olvidar que el servicio es para Dios y congregarnos es algo que Él nos pide.

5- Las aficiones

Una de las más comunes, es el fútbol. Hay gente que va más rigurosamente al estadio que a la iglesia, que se enfrenta casi a muerte con los hinchas contrarios y casi que come y respira fútbol. Por ejemplo, mientras que en Argentina se registra un promedio de 1,02 muertos relacionados con violencia en el fútbol, nosotros registramos 8,89 muertos, lo que nos hace un país mucho más violento.

Existen aficiones que dejan de ser algo agradable que hacemos para despejarnos y se convierten en adicciones sin las cuales no podemos vivir. El ejercicio, la comida, las redes sociales… y muchas más.

Por ejemplo, 42% de la población mundial, es decir, 3.19 billones de personas está vinculada al menos una red social. Se estima que de estos, 210 millones son adictos a internet.

Las aficiones son peligrosas en el momento en que comienzan a dominarnos. Quiere decir que hay algo en lo que Dios no es lo primero. Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Colosenses 3:1.

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Si identificamos que hay cualquier área en nuestras vidas en la que Dios no es la prioridad, nuestro deber es orar, reconocer ante Dios y pedirle que nos ayude a restituir Su lugar.

Por: María Isabel Jaramillo – @MaiaJaramillo

Foto: Freepik / Jcomp

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1 comentario

Karl Becerra 25 de septiembre de 2019 - 14:53

Precioso mensaje, Bendito sea el nombre del Señor.

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