Fidelidad, pilar fundamental del matrimonio

por Revista Hechos&Crónicas

¿Le gustan las bodas?

A muchas personas sí, y otras tantas pasan gran parte de su infancia y juventud soñando con esa celebración entrañable. Caminar vestida de blanco, tomar la mano de la persona amada, es un momento idílico que queda grabado para siempre en nuestra memoria, pues marca el inicio de una vida nueva, diferente, mejor. Nos convierte en adultos hechos y derechos y nos da la potestad de construir, de disfrutar sin reservas.

El matrimonio es, en definitiva, una hermosa promesa de Dios. Pero, hay que  reconocer, sin embargo, que la institución matrimonial se encuentra en uno de sus peores momentos. De hecho, según cifras publicadas por el diario El Tiempo, en 2017 hubo 4.524 casamientos menos que en 2016 y, en los últimos años, los divorcios han aumentado un 20%. Por eso, aunque asistimos a las bodas con los mejores deseos para los novios, a veces no podemos menos que preguntarnos: “¿Será un matrimonio feliz y para toda la vida?”.

Las estadísticas parecen estar en contra de las parejas que desean unirse para toda la vida. Y es que nadie puede prever lo que sucederá al dar el esperado “sí”, mucho menos vaticinar qué tan feliz y próspera será el resto de la vida. Por si fuera poco, la realidad a nivel nacional no es para nada romántica, ya que, por cada diez matrimonios, hay cuatro divorcios en nuestro país. Estos datos son sorprendentes si se tiene en cuenta que la tasa de matrimonios hace cuatro años era 15% mayor que en la actualidad.

Esto viene dado por muchos y variados factores, como la creciente liberación femenina, que prefiere aplazar lo más posible el momento del matrimonio, la satanización de esta institución, por considerarla una atadura, un yugo, en detrimento de la vida que nos venden revistas, telenovelas y los estereotipos contemporáneos de la mujer exitosa: de libertad, superación profesional y placeres.

Sí, placeres. En los últimos tiempos, nuevas modas y tendencias han confundido la libertad con el libertinaje. Muchos no se casan porque esto les impediría inti mar con quienes quieran, sin temor a las recriminaciones.

Y he de admitir que esto es, en gran parte, lo que nos preocupa a las mujeres: la fidelidad. Es el eje central de toda relación estable, porque, como dice mi esposo: sin confianza no hay nada. El problema es que nos han criado con la idea, a veces acertada, de que no hay hombre fiel. Pensamos que el matrimonio puede ser feliz, mientras gocemos de gracia y juventud; sin embargo, a medida que los años pasan, nuestro exterior envejece y la relación de pareja cae en una inevitable rutina, comenzamos a sospechar que es seguro que tendremos que compartir a nuestros esposos con otra o tomar el divorcio como única salida.

¿Debemos aceptar esto como una verdad absoluta?

Como una eterna enamorada de la idea del amor y lectora empedernida de las novelas románticas, siempre he querido creer que es posible amar a una sola persona para toda la vida. Me he convencido de que el amor es un valor absoluto, porque no se puede amar a medias, así como tampoco se puede morir a medias. Y las promesas cumplidas de Dios en mi vida han servido para alimentar esta noción, ya que, por su Gracia, cuento con un matrimonio feliz, fundado en confianza y respeto mutuos.

Pero, no todos están seguros de que esto sea cierto, todo esto motivado por ideas inculcadas y preconcebidas, aunque también por una buena dosis de realidad. Y es que, por más que me cueste admitirlo, la vida de pareja no ti ene mucho que ver con lo que leemos en los clásicos románticos de la literatura de todos los tiempos. Los hombres no son míster Darcy, Heathcliff o el señor Rochester; y las mujeres tampoco somos como miss Elizabeth Bennet o Jane Eyre.

La vida simplemente no es blanca o negra, sino una escala de grises. Y en el matrimonio vemos reflejada esta realidad, ya que el amor de pareja nos permite experimentar lo más dulce, lo tierno, el éxtasis de la pasión, pero también los sinsabores, las preocupaciones e incluso las decepciones.

Es por ello que compartir la vida con alguien no es una decisión que deba tomarse a la ligera, y aún así, cada vez hay más personas que deciden dar el paso por moda, como una meta más por cumplir o confundiendo el amor verdadero con la calentura bajo las sábanas. La pasión o el deseo de permanecer en una relación por cualquiera de estas razones se acaba y, no habiendo tolerancia, cariño y auténtico deseo de hacer feliz al otro sin esperar retribuciones, el resultado lógico de ello es la creciente tasa de divorcios en nuestro país.

Y, sí, muchas veces todo parece miel sobre hojuelas, pero tarde o temprano se descubre que la persona escogida no era la correcta, entonces, ¿cómo saber cuándo ha llegado el momento? ¿Podemos tener completa seguridad en que no seremos defraudados? ¿Que implica ser fiel? ¿Ser infiel es solo tener sexo con terceras personas?

La infidelidad es uno de los obstáculos más grandes por los que puede pasar una relación, si no el más grave. En la mayoría de los casos es causa de ruptura, y nace de las diferencias individuales que puedan existir por definición. Así, por ejemplo, parece que hombres y mujeres no entienden el término de la misma manera.

No es tan fácil en algunos casos determinar si ha ocurrido una infidelidad o no. El consenso más fuerte indica que la mayoría de las personas entiende por infidelidad el hecho de mantener relaciones sexuales al margen del matrimonio. Pero, ¿qué hay de enviar mensajes de texto a alguien y mantenerlo en secreto? ¿O de entablar una conversación inapropiada con otra persona por redes sociales? ¿O incluso recurrir a la pornografía, una infección en la vida conyugal que puede ocupar la mente de uno de los miembros de la pareja, cuando en sus pensamientos sólo debería haber cabida para el ser amado?

Estos son algunos de los argumentos más debatibles entre hombres y mujeres. Para ellos, la infidelidad implica sólo el contacto físico con alguien fuera de la pareja, al menos en la mayoría de los casos. Pero, para nosotras, que somos sentimentales, hormonales, y percibimos el compromiso no sólo como una unión de cuerpos, sino también del alma, todas estas cuestiones son interpretadas por nosotras como una posible traición. Cuando escogemos a un compañero debemos ser nosotras y nadie más. En ningún sentido.

Este planteamiento es especialmente importante si le hacemos caso a un estudio publicado en Sexual & Relationship Therapy el cual ha identificado las diferencias más importantes entre hombres y mujeres en la definición de infidelidad.

“Los autores investigaron si la infidelidad percibida puede predecirse a partir del sexo, la religión, el miedo a la intimidad y la sensibilidad al rechazo. De acuerdo con los expertos, las mujeres fueron más propensas a considerar los actos basados en el sexo y las emociones como infidelidades. En este punto, para la mayoría de los hombres, solo los actos, como el intercambio sexual, son calificados como infidelidad. Sin embargo, para las mujeres el intercambio de pensamientos y sentimientos íntimos, especialmente cuando el intercambio es a nivel mental o espiritual, también serían susceptibles de ser considerados como una infidelidad”, reseñó el portal web lamenteesmaravillosa.com.

La infidelidad es un problema social que cada vez alcanza niveles más preocupantes e incluso, en algunos casos, ha llegado a ser percibido como algo común y natural. Lo cierto es que, en principio, desde una perspectiva tanto moral como cristiana, no lo es. La infidelidad es “un tabú universal y aun así es universalmente practicado”, afirma la psicoterapeuta Esther Perel en su libro The state of aff airs: rethinking infidelity (“La situación de los amoríos: repensando la infidelidad”).

En nuestro país, seis de cada diez colombianos admiten haber sido infieles al menos una vez en sus vidas, de acuerdo con una encuesta publicada por el diario El Tiempo en agosto de 2012, llevada a cabo en 13 ciudades de Colombia por la firma Datexco. Y aunque esta cifra es bastante impresionante, habría que sumarle datos más recientes, publicados por bluradio.com en noviembre de 2017, que sugieren que el 82% de los hombres colombianos son infieles a su pareja. Y aún más: según la Superintendencia de Notariado y Registro, los colombianos aparecen como los más infieles de América Latina, con un 66%, cifra que no es para enorgullecernos.

Entonces, ¿quiénes tienen la razón, hombres o mujeres? Aunque existe ambigüedad con respecto a este tema, la Biblia tiene una posición firme; no en vano, la infidelidad es el único pecado mencionado en dos mandamientos: uno que prohíbe hacerlo y otro que prohíbe siquiera pensarlo.

Las Escrituras establecen el adulterio como algo repugnante para Dios. De hecho, en la Ley que le dio a Israel, la infidelidad se castigaba con la muerte Levítico 18:20,22, 29. Y Jesucristo, nuestro Señor, dejó claro en Mateo 5:27 y Lucas 18:18-20 que sus discípulos no debían cometer adulterio. Esto es importante porque el adúltero rompe la solemne promesa que le hizo a su cónyuge; además, es una grave forma de pecar contra Dios Génesis 39:7-9.

Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo. 1 Corintios 6:18 El que Dios nos haya dado un cuerpo es un gran privilegio, y lo podemos utilizar, pero sólo para honrarlo a Él: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? 1 Corintios 6:9.

Al engañar a la pareja a la que se le ha prometido transparencia, honestidad y devoto amor, deshonramos la palabra de nuestro Señor y pecamos contra lo que Él espera de nosotros.

Como cristianos, debe primar en nosotros el deseo de ser agradables a los ojos de nuestro Salvador. Y es que caer en tentación puede ser algo muy humano, pero para eso Dios nos ha brindado el don de la razón, diferenciando lo bueno de lo mano, con el fin de que podamos entender las repercusiones de nuestros actos y cómo podrían afectar nuestras vidas y las de los demás.

Por ende, lo mejor que podemos hacer cuando tomamos la decisión de compartir nuestra vida con alguien más, es consultarlo con Dios y entregarle a Él ese futuro que para nosotros es como un tesoro frágil y aún sin descubrir.

Por: Verushcka Herrera R.

Foto: 123RF

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