Atascado en la zona de confort

por Revista Hechos&Crónicas

Todos hemos anhelado de una u otra forma cumplir nuestros sueños y llegar a ese punto de éxito y tranquilidad donde las cosas avanzan solas. Ese lugar cómodo y seguro donde nos sentimos en calma. ¿La meta? No, esa no es la meta. Es la zona donde nos estancamos y dejamos de crecer.

Precisamente ese lugar seguro, donde sentimos que las cosas fluyen sin ningún tipo de dificultad, es donde dejamos de esforzarnos, de preocuparnos y de dar lo mejor de nosotros mismos. No es que necesitemos constantemente de pruebas o problemas para crecer, pero cuando los enfrentamos, aprendemos con más fuerza.

La generación denominada Millennial (los nacidos entre 1981 y 1996 según Pew Research), que actualmente ocupa una cuarta parte de la población en Colombia, es una generación mucho más arriesgada que las anteriores. Podría incluso decirse que una generación que no conoce la zona de confort. De acuerdo con una investigación realizada por HRider para España y Latinoamérica, los millennials tienen una adaptación al cambio de 77,20% y una capacidad de innovación de 64%.

De hecho, la revista Dinero analiza cómo generaciones anteriores podían durar entre 15 y 25 años en un mismo trabajo, mientras que los millennials por mucho duran tres años.

Ninguna de las dos opciones asegura la felicidad, pero mantenerse anclado a un trabajo (o a cualquier situación en la vida) por una aparente estabilidad puede demostrar muchas veces falta de fe o dependencia en Dios.

La egoísta comodidad

Recientemente, comentaba con una persona cercana sobre el cambio de trabajo y los cambios en general que muchas veces damos “en fe”. Esta persona me comentaba  cómo le cuesta asumir un reto, el temor que siente cuando se presenta una oportunidad nueva: miedo al fracaso, a no “dar la talla”, a arriesgarse y perderlo todo, etc. Lo que me hizo reflexionar de nuestra conversación es lo común de las afirmaciones. Creo que todos pasamos por situaciones similares cuando enfrentamos un cambio en nuestras vidas, lo importante es si nos quedamos en ello o decidimos avanzar.

¿A qué nos llama Dios? A no perder el tiempo. Encontrar el sentido de su vida es encontrar lo que Jesús tiene para nosotros. Si no, estamos perdiendo el tiempo, desaprovechándolo todo, aunque nos sintamos bien.

La vida cristiana no conoce la zona de confort, pues en el compromiso con Dios no hay comodidad, sino crecimiento. Él nos ha enviado a compartir su mensaje de salvación con todo el que necesite escucharlo y para esto no podemos ser simples aleluyas que se paran en una esquina a rogarle al mundo que se arrepienta. Él quiere que nos capacitemos para que nuestra manera de compartir realmente impacte vidas y no se quede en palabras que se lleva el viento. Quedarte en la zona de confort es vivir para nosotros mismos, no bajo la enseñanza de Jesús.

2 Corintios 3:5-6 dice: No es que nos consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra capacidad viene de Dios. Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el de la letra, sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.

Hay que tener claro que si bien Dios nos llama a movernos y a salir de esa estancada zona de comodidad, no nos llama a dar un salto al vacío. La fe no es soltar una rama para caer al suelo, es no quedarnos eternamente en la misma rama. Cuando Dios ve esa intención en nuestro corazón, nos capacita y nos lleva a la siguiente rama.

¿Cómo salir de la comodidad?

Cuando estamos atascados en la zona de confort, lo primero que puede significar es falta de fe. Mary Story sugiere un plan para aumentar la fe que consta de tres fases:

  1. Alimentar la fe

Así como mi cuerpo no puede sobrevivir con un régimen de comida chatarra o con apenas una que otra comida sana, no va a sobrevivir, y menos prosperar, si no consumo regularmente buenos alimentos espirituales. Si tengo el corazón lleno de promesas de Dios, mi fe no temblará fácilmente.

Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo. Romanos 10:17.

  1. Fortalecer la fe

La fe no crece cuando todo marcha como de costumbre y sin sobresaltos, cuando todas mis necesidades están cubiertas, cuando puedo encargarme del trabajo por mi cuenta o cuando sé a qué atenerme. En esas circunstancias me va muy bien. En cambio, cuando las cosas se ponen difíciles, cuando no puedo llevar la carga a solas, cuando tengo que encomendar la situación a Dios y poner en Sus manos lo que no puedo hacer por mí misma, entonces mi fe se fortalece.

Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas. Proverbios 3:5-6. Siempre que dependa de Dios y confíe en Sus promesas, mi fe se fortalecerá.

  1. Estirar la fe

Una vez que mi fe se ha fortalecido, es hora de lanzarme a hacer cosas que pueden resultarme abrumadoras; o lo que viene a ser lo mismo, salir de ese espacio en que me siento cómoda y segura. Una vez más, la fe no tiene ocasión de crecer cuando todo fluye como de costumbre. Aunque a veces las dificultades y exigencias vienen por sí solas, si realmente quiero que mi fe crezca, tengo que decidirme a probar cosas nuevas, buscar desafíos, actividades que me exijan. Les aseguro que, si tuvieran fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrían decirle a esta montaña: “Trasládate de aquí para allá”, y se trasladaría. Para ustedes nada sería imposible. Mateo 17:20.

Salir de la zona de confort es más fácil de lo que parece. Es entregar completamente la situación a Dios. Sea un trabajo, una decisión difícil, etc. Es soltarse a confiar en lo que podemos hacer y entregar el control, finalmente, los caminos de Dios son más altos de lo que podemos imaginar. Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11.

Por: María Isabel Jaramillo – @MaiaJaramillo

Foto: 123RF

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