Sueños y profecías

por Revista Hechos&Crónicas

Sin ninguna duda, los sueños son, en ocasiones especiales, medios de comunicación del Espíritu Santo; pero un examen de los soñadores bíblicos nos muestra, a las claras, que todos ellos, y empezando por el gran especialista José, soñaron en realidad muy pocas veces y para fines bien definidos en el propósito divino.

Por lo general, los sueños son tubos de escape del inconsciente, a través de los cuales se manifiestan nuestros temores y frustraciones, deseos e ideales. Por otra parte, el hombre abriga lo que pudiéramos llamar «sueños conscientes », los proyectos de desarrollo de cada empresa humana. Para discernirlos correctamente, es necesaria su clasificación así:

El sueño del hombre para el hombre

Por autonomismo humanista, me forjó mi propio destino, organizó mi agenda vital y marchó sobre los parámetros previamente trazados por mí mismo. El emperador Nabucodonosor.

El sueño del hombre para Dios

Soy un creyente afanoso, quiero hacer algo para el Señor según mi propio criterio, y examino con autosuficiencia mis posibilidades de acción. Algunos lo llaman «visualización» porque, una vez formado el propósito, me obsesiono mentalmente con él y exijo la colaboración divina para llevarlo a cabo. El rey Saúl.

El sueño de Dios para el hombre. Es propiamente lo que conocemos como visión

El Espíritu Santo implanta en mi corazón lo que el Padre ha determinado que yo haga, y, en el nombre de su Hijo, voy a la conquista de esa meta con seguridad, ya que la voluntad divina siempre se cumple. El apóstol San Pablo.

Durante todo el siglo pasado, el cristianismo ha sufrido una epidemia de videntes. Los católicos pastorcillos de Fátima tienen equivalencias en grupos evangélicos, a través de profetas espontáneos y soñadores profesionales. Fue un espectáculo deprimente ver, vía satélite, al entonces cardenal Ratzinger develando el supuesto tercer secreto de la virgen María, en forma simultánea con el anuncio científico sobre la decodificación del genoma humano; las dos transmisiones, enfrentadas en las telepantallas, parecían la secuencia de una película de Luis Buñuel.

Los que dentro del cristianismo calificaron a las ciencias psíquicas como invención satánica son, paradójicamente, los más inclinados a practicarlas bajo un falso caparazón de dones espirituales. Esta anormalidad ha introducido el surrealismo en la iglesia, pues el movimiento así llamado se define a sí mismo como un espejo que refleja las cosas, no como son en la realidad, sino como son en los sueños. Eso, al menos, pensaba Apollinaire, que es el eslabón perdido entre los simbolistas y los surrealistas. Pero, ¿qué diría, por ejemplo, Jeremías?

Yo estoy contra los profetas que cuentan sueños mentirosos, y que al contarlos hacen que mi pueblo se extravíe con sus mentiras y sus presunciones —afirma el SEÑOR—. Yo no los he enviado ni les he dado ninguna orden. Son del todo inútiles para este pueblo —afirma el SEÑOR. Jeremías 23:32.

Soy un convencido del actualismo de los carismas, que en mi iglesia se practican en forma muy activa y, precisamente por eso, veo con preocupación las falsificaciones que de aquellos se perciben en los primeros decenios del siglo XXI, que debe ser marcado por la teología integral, no por una “teología de la locura”.

Foto: David Bernal / Revista Hechos&Crónicas

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