Un colchón en el piso y un puñado de sueños

por Revista Hechos&Crónicas

Ponga ese puñado de sueños en manos del Señor, abra su maleta de anhelos y contémplela a diario con su pareja, en presencia de Dios. Verá que poco a poco y a Su tiempo, los planes que tiene se materializarán.

El amor de pareja tiene, además de la estética de su concepción, grandes implicaciones para la vida y la sociedad de la cual formamos parte. No sólo porque el noviazgo y el matrimonio son la base de la familia, el pilar principal de nuestro sistema psico-social, sino porque es un sentimiento, para algunos utópico, que genera activos. Escritores, medios de comunicación, franquicias y toda clase de pequeñas y grandes empresas se valen del concepto clásico del amor entre hombre y mujer para comercializar sus productos o servicios.

El romance simplemente nos ha resultado atractivo y entretenido siempre. Lo vemos en la gran pantalla, en filmes que nos arrancan lágrimas y que a menudo el género masculino procura evadir; está asimismo, en las telenovelas. Hay amor para consumir en todas sus formas,  desde todos los parajes y en todas las épocas. El amor vende, incluso cuando la protagonista no cuenta con una clásica belleza, ni con los encantos propios que se le han atribuido a la mujer.

Recuerdo cuando se estrenó la serie “Yo soy Betty, la fea”, una de las mejores producciones para la televisión de nuestro país y con un asombroso alcance a nivel mundial. Por aquel entonces yo tenía ocho o nueve años de edad, pero estoy segura de que no era la única niña que usaba gafas de montura cuadrada y aparato dental, mientras soñaba con que un apuesto Armando Mendoza conquistaba mi corazón. No en vano dice el refrán: “La suerte de las feas, las bonitas la desean”.

Pero, esta telenovela, que en 2019 cumple veinte años desde su estreno, no sólo me ha hecho pensar, a lo largo de los años, en que el amor puede surgir de muchas maneras, sino en lo complejas que pueden ser las relaciones y en cómo ha cambiado la forma de enamorarse, de construir una vida matrimonial, con el transcurrir de las décadas.

Cuando era niña, creía que el amor era como un eterno día de verano y el matrimonio constituía la consecución de ese anhelo tan profundo entre hombre y mujer. Esta idea era alimentada por mi afición por las películas de Disney. Una joven hermosa, explotada por su madrastra y sus crueles hermanastras, que de pronto encontraba al príncipe azul en un baile de palacio era, en mi humilde opinión, lo más romántico que podía suceder. Y después del matrimonio, sólo aguardaba una dicha sin final.

Sin embargo, hasta las más soñadoras descubrimos pronto que, aunque las relaciones de pareja son hermosas y que el matrimonio es muy importante, representa mucho más que una escena idílica en una pantalla o en la página de un libro. Es agridulce y puede ser un camino difícil de transitar. O como me dijo mi padre una vez: “No creas que Cenicienta no discutió jamás con el príncipe porque era desordenado, llegaba tarde de las fiestas con los amigos o dejaba la ropa tirada después de cambiarse”.

Yo le llamo a esto “la crisis de la pasta dental”, concepto aprendido de mi mamá. Ninguna joven con ideas románticas quiere pensar en esto, pero es una realidad ineludible. Este temible proceso comienza después de dar el “sí, acepto”. Entonces, la pareja deja de parecernos absolutamente perfecta y caemos en cuenta de la realidad: que no es más que un ser humano con tantos defectos como virtudes.

La “crisis de la pasta dental” puede sonar risible, pero es capaz de acabar con un matrimonio y echar por tierra las relaciones más bonitas. Debe su nombre a la maña de cepillarse los dientes y dejar parte del producto pegado a la porcelana del lavamanos. Tiene su origen en las costumbres que descubrimos en la persona con la que escogemos pasar el resto de nuestra vida, y que no siempre resultan agradables.

He aprendido, no obstante, que el secreto para sobrellevar esto es la fe en Dios y la paciencia. De nada sirve poner en un altar a una persona, porque tarde o temprano ésta termina por caerse.

Aquellos noviazgos

El matrimonio de mis abuelos, uno de los más exitosos que conozco, debe sus largos sesenta y un años de cariñosa y pacífica vida en común a la tarea de cultivar día a día la tolerancia, el respeto y el diálogo. Pero, también a poner muchas cargas en manos de Dios y a hablar en privado, con el Señor, aquello que parece irresoluble.

Mis abuelos se conocieron en 1956, en el Quiroga (Bogotá). Él era entrenador de básquetbol en las canchas del barrio. “Mi hermana y yo nos inscribimos en sus clases, pero a mí no me gustaba… Por lo menos hasta que jugamos el campeonato –recuerdo que fue un 12 de octubre- y ganamos. Entonces, fuimos a celebrar a una casa, y me sacó a bailar, nos divertimos, y ahí sí me gustó”.

Tuvieron seis meses de amores. Sus citas consistían en ir a misa, al 20 de julio y al cine. “Yo me enamoré muchísimo, porque era muy detallista y romántico. Me hacía regalos y me llevaba flores. A mi papá no le gustaba él, porque bebía. Era muy estricto y, cuando me iba a visitar a la casa, sólo podía quedarse una hora. Si salía con él, tenía hora de llegada fija. Pero, aún así encontrábamos la manera de vernos. Él me llevaba a mi trabajo, que quedaba en la calle 24 con carrera séptima… Y lo más romántico que hizo por mí fue pelearse con mi ex novio, que se había ido Cúcuta a trabajar. Cuando volvió a buscarme y supo que estaba con otro, quedó destrozado.  Los dos se agarraron a puños en una cantina”.

Pero, no todo era miel sobre hojuelas.  A pesar de lo mucho que se querían, tenían sus sinsabores y sus desavenencias. Incluso cuando decidieron formalizar su relación con el recorrido hasta el altar, hubo algo de conflicto. “Mijita, imagínese que su abuelo me chantajeó para que me casara con él, diciéndome que se iba para Argentina ¡Pero era puro cuento! Me rogó y yo accedí porque lo quería y también por miedo a que aquello del viaje fuera cierto y no lo volviera a ver. Así que nos escapamos para casarnos un sábado. Le dije a mi familia que iba a una misa de entierro, pero era mentira. Tenía cita para la boda a las siete de la mañana en la iglesia de San Antonio”.

Cuando mi abuela regresó a la casa de sus padres, la vivienda estaba vacía. Todos habían ido a trabajar y estaba solo el hermano menor de mi abuela, que contaba con seis años de edad. Él ayudó a los recién casados a hacer maletas y a dejar una nota con el acta de matrimonio sobre la mesa del comedor, antes de irse de luna de miel a Útica (Cundinamarca).

Amor en tiempos de redes sociales

Una persona muy querida me dijo una vez que los matrimonios sólidos comienzan con un colchón en el piso y un puñado de sueños.

Mi matrimonio no comenzó exactamente con un colchón en el suelo, sino en una habitación grande y cómoda, pero todo en casa ajena, en la propiedad de mis suegros, que tuvieron a bien acogernos en los inicios de nuestra vida en común y en medio de la crisis económica, política y social más devastadora que ha sufrido Venezuela.

Nos conocimos cuando éramos niños en un club tenístico en Caracas, cuyo ambiente sano y familiar se prestaba para que corriéramos y jugáramos a nuestras anchas. Lo vi por primera vez en un parque infantil y sería poca cosa afirmar que quedé flechada ¿Cree usted en el amor a primera vista? Ya sea que su respuesta sea afirmativa o negativa, puedo decirle con toda certeza que fue precisamente lo que experimenté.

Lo quería profundamente, porque era apuesto, inteligente; porque era un deportista nato y destacaba entre sus amistades. Pero, sobre todo, lo quería porque se trataba de él. Y dejé que ese amor dulce e inocente se enraizara en mi corazón como una dulce memoria a lo largo de los años, logrando que lo recordara con gran admiración.

Dice, sin embargo, una leyenda japonesa que un hilo rojo conecta a quienes están destinados a encontrarse. Yo soy más de la opinión de que Dios tiene trazado un plan idóneo para nuestras vidas. Mis padres me enseñaron a pedir por el hombre que algún día sería mi esposo, para que el Señor me mandara a una persona recta y fiel a sus caminos.

Si usted alguna vez ha tenido dudas de que la oración con fe tiene recompensa, lo invito a hacer la prueba con paciencia y un corazón  dispuesto.

Un día de septiembre, sintiéndome deprimida y atravesando una crisis familiar muy fuerte, recibí un mensaje por Facebook de quien hoy es mi esposo, aquel niño del que me había prendado y al que no había visto en 13 años.

Y, entonces, todo cambió

Me enamoré… muchísimo. Y la vida volvió a brillar con todos los colores del arcoíris. Sin buscarnos, nos volvimos a encontrar, porque Dios nos reunió, no antes, ni muy tarde, sino en el momento justo, cuando estábamos listos para ser independientes, para experimentar la vida y cometer una sana dosis de locuras; cuando tuvimos la valentía de echarnos un par de escapadas, como mis abuelos, y planificar un futuro, construyendo de manera sólida, desde la roca, la vida que hoy tenemos con nuestro hijo, después de cinco años juntos.

Un matrimonio de tres

Por lo tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Génesis 2:24.

Empezar una vida en pareja no es fácil. Usted sabe eso tan bien como yo. Pero, hacerlo con los suegros, es de valientes. Y es que, lamentablemente, este rol tiene muy bajos índices de popularidad. No falta el comediante que haga mofa de la temida suegra, que parece existir con el único y firme propósito de revolucionarnos la vida.

Pero, usted y yo algún día seremos suegras también, así que hay que ser un poco más inteligentes, amables y tolerantes. Y si usted ya es suegra, probablemente no le haya hecho mucha gracia el párrafo anterior. Le puedo decir, sin embargo, que el papel que usted desempeña es muy importante.

Cuando estaba recién casada, fui a vivir con mi suegra, que disponía de una casa muy grande, bonita y bien cuidada.  Ella es una mujer trabajadora y honesta, que se ha ganado a pulso lo que tiene. Sin embargo, desde el principio tuvimos grandes conflictos porque nuestros temperamentos se cruzaban. Ambas teníamos  maneras diferentes de hacer las cosas; yo quería ser independiente, llevar el día a día a mi manera. Ella quería seguir siendo la dueña y señora, y en su opinión, yo debía adaptarme a sus modos.

Puedo decirle, estimado lector, que  no fue sencillo limar asperezas, pero nuestra relación en la actualidad es cordial.

Convivir con la suegra es parte de lo que un matrimonio recién constituido debe enfrentar. Puede llegar incluso a ser motivo de conflicto la influencia que ejerce la madre de la pareja en la vida conyugal. Las mujeres deseamos ser las únicas en la vida de nuestros esposos, las reinas indiscutibles. Pero, el amor también significa aceptar que esa persona con la que escogimos pasar la vida tiene una familia, una vida antes de nosotras, que inevitablemente viene incluida en el “paquete matrimonial”.

Puede que usted esté pasando por la misma situación, enfrentando la “crisis de la pasta dental” con el bono de la suegra incluido. Un “dos por el precio de uno” que Dios le ha puesto como prueba.  No hay claves, ni secretos, ni tips que yo pueda darle. La mejor receta para ello está en la Palabra. Recuerde la historia de Ruth, quien sentía cariño por su suegra, Noemí, y le prometió quedarse con ella, haciendo de Él su Dios. Es probable que se sienta abrumado por su nueva realidad, y es comprensible.

Con la agitada vida cotidiana, a muchas personas les asaltan las mismas inquietudes. Es difícil la vida en pareja. Eso lo sabe mi madre y lo sabía mi abuela antes que ella. En especial porque las obligaciones a menudo hacen inviable vivir un idilio diario, como ocurría durante el noviazgo. Ellas también convivieron con sus respectivas suegras al inicio de sus matrimonios y saben de sobra lo duro que puede ser, cuando tantos cambios se presentan como un aluvión de problemas.

Y es que la realidad a nivel nacional no es para nada romántica. En nuestro país, la tasa de divorcios aumentó un 20% y en 2017 hubo 4.524 casamientos menos que en 2016, de acuerdo con cifras publicadas en el portal del diario El Tiempo.

¡No se convierta en parte de las estadísticas! Siempre que haya amor y respeto, su relación puede convertirse en una linda historia que contar algún día a sus nietos, como hoy mi abuela me cuenta la suya.

Nunca nadie se ha arrepentido de ser valiente.

El tercero en su matrimonio debe ser Jesucristo… Siempre. Bien dice el libro de Génesis: Por lo tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Ponga límites con cariño, sembrando la cordialidad que algún día cosechará. Recuerde que la vida no es más que un conjunto de etapas. Lo que hoy le parece abrumador, mañana hará de usted una persona más fuerte, más humana.

Ponga ese puñado de sueños en manos del Señor, abra su maleta de anhelos y contémplela a diario con su pareja, en presencia de Dios. Verá que poco a poco y a Su tiempo, los planes que tiene se materializarán.

No olvide lo que dice aquel parlamento de la aclamada película de Roberto Benigni: “La vida a veces duele, a veces cansa, a veces hiere. Ésta no es perfecta, no es coherente, no es fácil, no es eterna. Pero, a pesar de todo, la vida es bella”.

Por: Verushcka Herrera R – @vhequeijo.

Foto: Depositphotos

Artículos relacionados

Dejar comentario

Are you sure want to unlock this post?
Unlock left : 0
Are you sure want to cancel subscription?
¿Chatea con nosotros?