Mamá real, hijos felices

por Revista Hechos&Crónicas

La sociedad nos ha vendido la idea de que las mujeres debemos ser multitarea. ¡Y lo somos! Somos capaces de realizar al tiempo varias actividades, hacerlas bien y nos encanta. Pero precisamente esto nos lleva a desenfocarnos, a perder la visión.

La familia de mi esposo cuenta con una pequeña finca a las afueras de Bogotá. El clima es frío, pero tiene campos abiertos y hermosos y un gran espacio para que los niños jueguen. Cada vez que vamos, la rutina es la misma: los hombres se reúnen alrededor del asador para una deliciosa parrillada y las mujeres cocinan los demás alimentos, mientras los niños juegan en los prados y la arena. Por su puesto, mi familia y yo siempre nos sumergimos en el mismo “ritual”.

Una de las tantas veces que hemos ido, yo estaba por tener a mi segunda hija (creo que tenía unos ocho meses de embarazo) y no me dejaron hacer nada. Así  que me senté cómodamente como en pausa, mientras todos trabajaban como hormiguitas y pude notar algo: mientras los hombres disfrutaban el momento, se reían y compartían entre ellos, las mujeres se llenaban de angustia por alcanzar a tener todo listo para cuando estuviera la carne. Cuando terminamos de almorzar, las mujeres corrieron a recoger, lavar y organizar.

Se dedicaron casi toda la tarde a limpiar, mientras los hombres tuvieron tiempo de jugar fútbol y compartir con los niños. Cuando llegó el momento de irnos, las mujeres estaban cansadas, irascibles y casi todas, como si tuvieran un libreto, terminaron regañando a sus niños y esposos, mientras a ellos les cambiaba la cara.

Por una vez no estuve sumergida en esa historia. Cuando íbamos de regreso a casa, mi hijo me dijo: “mami, hoy no estuviste brava”. Así que comprendí la enseñanza del día: es verdad que las mujeres debemos hacer muchas cosas, pero dedicarnos solo a los demás y olvidarnos de descansar y relajarnos hace que perdamos el rumbo. El cansancio nos hace perder la perspectiva.

Sobre el tema, Cristina García de Santa, esposa del pastor Mario Santa, y directora del ministerio ‘Mujer integral’ en Casa Sobre la Roca Sabana Norte explica: “Lo que he aprendido, lo que uso en charlas y en consejería es: mujer, date un tiempo para ti. Alguna vez leí en un libro que así como cuando nos subimos a un avión y en un caso de emergencia primero debemos nosotros los adultos ponernos la máscara de oxígeno para poder ayudar a los demás, así debe ser con Dios y con cada una. Debemos pensar en nosotras mismas. A veces hay un mal concepto de esa mamá al extremo que se sacrifica y no piensa en ella, pero después está enferma, estresada, cansada, irascible, así que no estará preparada para ayudar a los demás. Por eso el consejo es: mujer, date un tiempo para ti, para para estar bien tú; porque tus hijos necesitan una mamá tranquila, que se goce y disfrute y tu esposo te necesita relajada y tranquila. Patricia Espíndola, de Casa Sobre la Roca Boca Ratón, siempre enfatiza en la importancia de tomar una siesta a media tarde para estar lista para la llegada de los chicos en la tarde y del esposo en la noche.

Otro tema que aprendí de Elizabeth George es que las mujeres hemos sido dotadas de algo único: una sensibilidad de darnos cuenta cuando el esposo está mal, el hijo preocupado o la niña achantada. Ella dice que somos el termostato del hogar, diferente del termómetro que mide la temperatura, el termostato determina la temperatura. Como esposas y mamás nos damos cuenta de cuándo el ambiente está muy frío y Dios nos da la sabiduría para poner el calorcito que hace falta. Lo mismo cuando esa sensibilidad nos lleva a darnos cuenta que la cosa está muy caliente, podemos enfriarlas para calmar los ánimos, hablar con uno o con otro. Dios nos dio ese don, pero hay que saber usarlo.

David Hormachea dice que una de las de las cualidades de la mujer es preocuparse por el bienestar de los demás, pero siempre en nuestra humanidad llevamos esas cosas positivas al extremo y por estar preocupadas porque todos estén bien, nos volvemos controladoras. Por eso es importante que sepamos descansar en Dios, en sus promesas, en que Él nos ayuda y tengamos un reposo, pues nosotras, a diferencia de Dios, no podemos hacerlo todo. Tenemos tantas obligaciones y responsabilidades que podemos sentirnos agobiadas, pero una de las principales es la parte espiritual. Si nosotras nos deleitamos en el Señor, las cosas van a fluir”.

Mamá descuidada, hijos felices

No se trata de tomar literalmente la frase. La mayoría de mujeres, cuando nos convertimos en madres nos descuidamos a nosotras mismas. Nos dedicamos al bebé y entre los trasnochos, la lactancia, los teteros y pañales, llegamos a olvidar hasta bañarnos. Es como si perdiéramos el norte y dejáramos de importar, pero a medida que nos acostumbramos a la nueva rutina, vamos recuperando nuestra “esencia”. Sin embargo, hay algo que por lo general no cambia: la prioridad ya no somos nosotras mismas.

He visto infinidad de mamás queriendo aparentar que son perfectas: sus hijos están en los mejores colegios con un desempeño impecable, los llevan y traen de todo tipo de cursos extracurriculares, ellas trabajan y estudian, realizan cualquier cantidad de actividades, tienen un esposo maravilloso, una casa perfecta y siempre bien arreglada y una vida como de cuento. Pero, ¿esto puede ser real?

La experiencia me ha enseñado que esto no es posible. O mejor dicho, sí, pero no del todo. Las mujeres somos capaces de tener en orden todo, pero generalmente nos descuidamos a nosotras mismas. Una mamá real puede parecer ligeramente descuidada. Tal vez su casa no esté siempre ordenada y se encuentren juguetes por todas partes, pero así su vida tiene color y su familia es un poco más feliz. Vivir sin la carga de tener todo perfecto es como quitarse un peso de encima, pues no se trata de pretender, sino de ser.

Si bien es cierto que el acróstico de la mujer ejemplar descrito en Proverbios 31:10-31 describe a la mujer como multitarea, también la muestra segura y confiada: Se reviste de fuerza y dignidad, y afronta segura el porvenir (31:26) y esa confianza solo puede darla Dios, una vida de calma e intimidad con Él, pues sabemos que el futuro de nuestra familia depende de Dios, así que podemos disfrutar el presente.

Por: María Isabel Jaramillo – Isabel.jaramillo@revistahyc.com

Foto: 123RF

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