Mandato por la Paz

por Revista Hechos&Crónicas

El gobierno nacional acaba de producir un hecho histórico con su Política Pública Integral de Libertad Religiosa y de Cultos, a través del Decreto 637 de 2018. De ese documento destacamos el enfoque de “las entidades religiosas como gestoras de paz, perdón y reconciliación”.

Según el texto del decreto, las iglesias, “cuentan con experiencia en procesos de paz de sus comunidades, sirviendo como agentes de cohesión social, transformadoras de contextos comunitarios y constructores de tejido social”.

Con el paso de los decenios, el fin de la historia ha llevado la lucha armada a su curva de Peters o nivel de incompetencia. Por eso, movimientos colectivos por la paz son bien recibidos por todos los sectores comprometidos en los conflictos que han desangrado a varios países latinoamericanos a lo largo del siglo XX (Argentina, Uruguay, Bolivia, Perú, Venezuela, Guatemala, El Salvador, Nicaragua) y tienen sus últimas expresiones en Colombia. Los cristianos, como es natural, somos imparciales. Para nosotros tienen el mismo valor el militar, el paramilitar y el guerrillero: son hombres creados a la imagen de Dios, y por todos ellos murió Jesús en el Calvario. Durante su tránsito terrenal, el propio Salvador, en su abigarrado grupo de colaboradores íntimos, contaba con un zelote, es decir, un subversivo contra los excesos del Imperio Romano. Celebramos los pasos que los actores de la guerra vienen dando para interpretar la voluntad ciudadana. Soñamos con un futuro en el cual el militar, el paramilitar y el guerrillero puedan fundirse en un abrazo bajo la bandera de la patria y la cruz de Jesucristo. Los cristianos, según San Pablo, tenemos una perentoria obligación:

Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo  mismo, y nos dio el ministerio de la reconciliación. 2 Corintios 5:18.

Isaías dedicó al Cristo, con siete siglos de anticipación a su venida, la de 2018 expresión que muchos han pervertido en la práctica: Príncipe de Paz. Isaías 9:6.

El Redentor resucitado se presentó ante los discípulos y sus primeras palabras fueron: La paz sea con  ustedes. Juan 20:26b.

En el griego del Nuevo Testamento, la palabra utilizada para hablar de la paz es eirene. Por eso, la mitología dio el nombre de Irene a su diosa de la paz. El concepto transmitido por ese vocablo define un estado continuo de sosiego, serenidad y armonía en medio del tumulto y los conflictos. El apóstol de los gentiles lo llamó: La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Filipenses 4:7a.

Para nosotros la paz comienza en el corazón. Quien no tiene paz por dentro, no podrá irradiar paz hacia fuera. Nuestras oraciones piden al Padre celestial esa paz suya, netamente imparcial, para todos los actores del conflicto. El maniqueísmo que justifica a unos y condena a otros es inaceptable. Sin vencedores ni vencidos  pírricos, hay que tender el manto de perdón y olvido definitivos, tal como nos enseñó aquel de quien el genio de Tarso dijo: Porque Cristo es nuestra paz. Efesios 2:14a.

Foto: David Bernal / Revista Hechos&Crónicas

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