Dignos de imitar

por Revista Hechos&Crónicas

Nuestra labor como hijos de Dios es transmitir Su Palabra. Es nuestro deber como creyentes, pues Dios nos ha llamado para ello. La clave está en cómo lo hacemos.

Transmitir la Palabra de Dios implica mucho más que hablar, predicar o servir. Es un estilo de vida, por eso nuestro mensaje para los demás tiene que empezar por nuestra forma de vivir que aclaro, no va a ser perfecta. Dios quisiera que fuera perfecta, pero todos fallamos en una u otra área.

Lo que dice el autor en Hebreos es que consideremos nuestro estilo de vida. Lo que día tras día estamos transmitiendo a nuestros hermanos. A los que conocen de Dios, pero también a los que no conocen. ¿Por qué? porque eso imprime el sello de los que verdaderamente son creyentes. Tenemos que ser y parecer verdaderos creyentes: personas que comunican la palabra de Dios y que tienen un estilo de vida digno de ser imitado a pesar de los errores.

A los cristianos nos pasa algo particular. Al hablar con la gente que no conoce al Señor, piensan que nosotros somos un grupo de fanáticos encerrados que no tenemos nada para decir. Muchas veces piensan que nuestra fe es un engaño porque nuestro testimonio de vida no coincide con lo que dicen nuestras palabras.

Muchos de nosotros tenemos vidas bipolares o esquizofrénicas. Hablamos de victoria, de confianza y después vemos cómo podemos perjudicar al otro para sacar un poco de ventaja. Hoy en día estamos más interesados en ser exitosos que en ser relevantes. Ese es el punto clave de nuestro testimonio, porque cualquiera puede ser exitoso, pero no cualquiera llega a ser relevante.

Como hijos de Dios tenemos el deber de cumplir con su propósito, no solo en la obra de Dios sino en todas las áreas. Ahí radica la diferencia entre ser exitosos y ser relevantes: ser exitosos significa simplemente ser visibles y llenarnos de logros, pero ser relevantes significa dejar un mensaje de servicio, sacrificio y despojo.  Que los demás puedan decir: “¡Wow! Miren lo que hizo, miren cómo se despojó para servir al Señor”. Pero lo más importante, que el Señor nos vea y sienta agrado por nuestro corazón dispuesto.

Ser relevante significa que nuestras vidas deben ser un evangelio constante que muestre dónde está Jesús. Muchas veces no logramos ese propósito porque estamos más ocupados en los números, en las banalidades de la vida, en el tiempo y lo peor, no nos despojamos de ciertas cosas. Eso es lo que otros ven como parte de nuestro testimonio. Hay que tener en cuenta que muchas de las elecciones que tomamos marcan la vida de quienes nos ven más que la nuestra.

Por eso hay que tener cuidado con nuestras metas. Max Depree decía: “Metas y recompensas solo son partes diferentes de la actividad humana”. No tenemos que pensar en ser exitosos. No debemos perseguir una recompensa. Tenemos que pensar en ser personas relevantes buscando alcanzar una meta. Tenemos que ser dignos de imitar ¿en qué? En nuestra fe. En la dependencia total de Dios que nos lleva a despojarnos de lo bueno y de lo malo porque tenemos la certeza de que Él tiene el control de todo.

Acuérdense de sus dirigentes, que les comunicaron la palabra de Dios. Consideren cuál fue el resultado de su estilo de vida, e imiten su fe. Hebreos 13:7.

Foto: Eduardo Zapata para la Revista Hechos&Crónicas

 

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