¿Adaptación o acomodación? El cristianismo y las fiestas paganas

por Revista Hechos&Crónicas

Estando ya cerca de la conclusión de la temporada de fiestas y descanso de fines e inicios de año, entre las cuales sobresalen como referentes la Navidad celebrada el 25 de diciembre y la llamada epifanía o fiesta de reyes del 6 de enero que señalan el inicio y el final de estas festividades; vale la pena reflexionar sobre el significado de estas fiestas asociadas a motivos y contenidos cristianos cuyo origen histórico es controvertido y discutido por los sectores más fundamentalistas del cristianismo evangélico en particular, basados ya sea en el origen pagano de estas festividades en el peor de los casos o, al menos, en su equivocada ubicación cronológica en el calendario.

Paganismo y cronología

En cuanto a lo primero, es innegable que el origen de la Navidad se remonta a la celebración del solsticio de invierno, fecha de gran significación para muchos pueblos paganos de la antigüedad como los romanos, germanos y escandinavos, así como también para los aztecas e incas de la América precolombina.

Entre los romanos –imperio bajo cuya hegemonía surgió el cristianismo− el solsticio de invierno daba lugar a dos festividades diferentes que giraban alrededor de él: el nacimiento del sol invicto en honor de Apolo, el dios del sol; y las saturnalias, en honor a Saturno. Así, amplios sectores de la iglesia antigua consideraron en su momento conveniente transculturizar estas festividades paganas de gran arraigo popular y, por tanto, muy difíciles de erradicar, confiriéndoles un significado cristiano al ubicar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre conservando algunas de las prácticas propias de estas festividades como el cese de las actividades habituales y el intercambio de regalos. Posteriormente se incorporó a su celebración la costumbre de la decoración del árbol de Navidad, procedente de la celebración del solsticio de invierno entre los germanos y escandinavos.

En cuanto a lo segundo, es decir la ubicación cronológica de estos episodios de la historia sagrada en las fechas en que tradicionalmente se celebran, es también evidente que el nacimiento de Cristo no pudo darse en diciembre, época invernal en el hemisferio norte en que los pastores no apacentaban sus rebaños al aire libre como relata. Lucas 2:8. Por eso, más allá de la determinación cronológica exacta del nacimiento de Cristo que no puede establecerse con absoluta seguridad, lo que sí es ciento por ciento seguro es que éste no tuvo lugar en diciembre, por lo que la celebración de la epifanía o fiesta de reyes 14 días después, también carece de fundamento, si es que estos dos episodios tuvieron lugar uno detrás de otro con pocos días de diferencia, algo improbable dado que para la visita de los sabios o magos de oriente al niño Jesús, sus padres ya no se encontraban en el pesebre sino en una casa en Belén (Mateo 2:11) y Herodes consideró que un rango de dos años (Mateo 2:16) era adecuado para asegurarse de dar muerte al niño Jesús, espacio de tiempo innecesariamente grande si su nacimiento hubiera tenido lugar algunos pocos días o meses antes.

Conveniencia o inconveniencia

Dado que todo lo anterior está establecido más allá de toda duda razonable, la pregunta que surge es si este proceso de transculturización por el cual la iglesia decide asignar un significado cristiano a festividades paganas es algo conveniente a la luz de sus resultados o, por el contrario, es una traición al evangelio que debe combatirse y condenarse. Valga decir, como dato curioso, que entre todas las prácticas que Martín Lutero condenó por parte de la iglesia de Roma por ir en contra de la Biblia, la Navidad no fue una de ellas.

Sea como fuere y en estricto rigor, esta práctica constituiría un engaño si se oculta el origen o por lo menos la relación de estas festividades cristianas con las antiguas festividades paganas y su carencia de fundamento cronológico. Pero si se tienen presentes y se es plenamente consciente de ello, la respuesta a esta pregunta debe matizarse y evaluarse a la luz de la intención que se persigue y el logro de los objetivos propuestos al llevar a cabo esta transculturización, pues no hay una prohibición expresa en las Escrituras contra este tipo de práctica. Más bien podría ser, atendiendo a sus resultados, una expresión de la astucia que los creyentes deberían exhibir, según lo indicó  el propio Señor Jesucristo al enviar a sus discípulos: …sean astutos como serpientes y sencillos como palomas. Mateo 10:16, amonestando a los creyentes que no lo son: …Es que los de este mundo, en su trato con los que son como ellos, son más astutos que los que han recibido la luz. Lucas 16:8.

Y la verdad es que evaluar sus resultados no es siempre fácil, pues a la par de la promoción de valores cristianos como la familia, la paz, la fraternidad, la solidaridad y la reconciliación entre los hombres que se observa en la época navideña en muchos frentes, crece también la mercantilización y comercialización banal de la Navidad y la dispersión de la atención en relación con su motivo central que sería el milagro de la encarnación de Dios como hombre por nosotros y por nuestra salvación, algo que muchos pierden de vista en esta época, transformando así el saludable espíritu festivo de la Navidad en un destructivo espíritu de carnaval egocéntrico y desbordado en todo tipo de censurables excesos.

Adaptación o acomodación

Por todo lo anterior, la valoración de la conveniencia o inconveniencia de esta práctica termina cayendo dentro de la libertad de examen y de conciencia aplicada a todas aquellas cosas que no están expresamente ordenadas o prohibidas en las Escrituras que se juzgan, por tanto, en relación con su potencial constructivo, su provecho o beneficio y la ausencia de toda fuerza compulsiva presente en este tipo de iniciativas (1 Corintios 6:12; 10:23). Lo cual en plata blanca significa que los creyentes que se opongan a estas celebraciones −o también a la creación e implementación en un creciente número de iglesias de la llamada “fiesta de los niños” como una celebración lúdica alterna aprovechada para contrastar y contrarrestar el sentido y alcance de la fiesta pagana de Halloween, la cual posee claros ribetes ocultistas alusivos al reino de las tinieblas− no deben juzgar a quienes las aprueban y celebran. Del mismo modo estos últimos no deben menospreciar o tener en poco los escrúpulos de quienes se oponen a estas celebraciones y no participan de ellas por motivos de conciencia.

Al fin y al cabo el apóstol Pablo se pronunció con claridad en lo que tiene que ver con los asuntos periféricos o no esenciales a la fe que caen, además, dentro de la libertad de examen y de conciencia diciendo: A algunos su fe les permite comer de todo, pero hay quienes son débiles en la fe, y sólo comen verduras. El que come… no debe menospreciar al que no come ciertas cosas, y el que no come… no debe condenar al que lo hace, pues Dios lo ha aceptado. Romanos 14:2-3.

Este es, pues, el más prudente derrotero a seguir en este asunto que algunos creyentes consideran legítima y conveniente adaptación, mientras que otros juzgan como censurable acomodación.

Por Arturo Rojas, director de la Unidad Educativa Ibli Facter de la iglesia Casa Sobre la Roca, Bogotá.

Foto: 123RF

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