Viaje hacia la libertad

por Editor

Juliana Palacio, quien junto a su esposo Jairo Álvarez, dirigen el ministerio de bienvenidos “Nicodemo” en Casa Sobre la Roca Sabana Norte, contó su impactante testimonio de vida a Hechos&Crónicas para que veamos el poder transformador de Dios de esclavitud a libertad.

Nací en Medellín y soy la menor de 11 hermanos. Mi madre tuvo 16 hijos y yo soy la 16ava pero la número 11 de los que quedaron vivos. Tuve que vivir en un hogar de pobreza, humildad, tristeza, llanto e inseguridad. Mi padre jubilado por las Empresas Públicas de Medellín tomó la decisión de no trabajar más después de 20 años. Mi madre toma el liderazgo de la casa y comienza a trabajar de una manera muy fuerte. Como era excelente modista, cosía para las señoras ricas de Medellín y Cali. Ellas se la llevaban y duraba hasta ocho días fuera de la casa, entonces yo era una niña sola y abandonada porque mis hermanos ya eran mucho más grandes.

Sentía mucho miedo, soledad y abandono, pero cuando recuerdo ese destino, Dios me regala una palabra en el Salmo 139:13- 16: Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos. Hoy comprendo que en ese tiempo de soledad y abandono Dios estaba ahí a mi lado.

Paso por un recorrido de abuso y maltrato. Tenía cinco años cuando fui abusada por un hermano. Es duro, porque ¿tú qué esperas de tu familia a esa edad? Que te ame. Pero cuando eres abusado de cualquier manera, tu corazón se llena de odio, miedo, inseguridad y dolor.

Sin embargo, seguí caminando. Cuando tenía nueve años, mi padre decide que nos vengamos a vivir a la capital. A los 17, como toda joven quería lo que estaba de moda y salir con mis amigos. Pero no hay plata, hay pobreza. Entonces decidí dejar de estudiar y ponerme a trabajar en lo que sabía hacer: barrer, cocinar, limpiar, etc. y consigo trabajo de aseadora en un almacén de eléctricos.

Era muy bonita, lo sigo siendo, y resulta que el hijo del jefe se enamoró de mí. Como estaba llena de dolor y odio, fue muy fácil que me ilusionara con este hombre que me decía que era la mujer de su vida. Pensaba: Dios, por fin llegó un hombre que me ama y valora.

Me acuerdo que cuando le conté a mi mamá, ella muy sabia me dijo: “Lo único que él quiere es acostarse contigo”. Pero como la mayoría de adolescentes, desobedecí a mi autoridad. Él me dejaba chocolates, peluches. Me dejé llenar de ilusiones. ¿Y qué pasó? Quedé embarazada.

Mi jefe me sacó como un perro gritando: “Te vas de aquí sin liquidación y no esperes nada para ese bastardo que estás esperando”. Lo primero que pensé fue en abortar. Ese “bastardo” hoy tiene 30 años porque Dios siempre está con nosotros desde el vientre de nuestra madre y él no me dejó matar a mi hijo, Su hijo.

Pero este hombre me dice “casémonos, yo no lo voy a dar gusto a mi papá”. Yo tengo el sueño de casarme como una princesa con vestido blanco entrando a la iglesia, así que acepté. Prometió llevarnos a un apartamento, a un nido de amor. Pero después de la boda dijo: “lo lamento, yo no tengo ningún apartamento, me voy para mi casa y tú te quedas acá pero ahora eres mi esposa y tengo derecho sobre ti”.

No puedo describir mi tristeza. Quitarme mi vestido blanco, con mi hijo llorando junto a mí. Sentí ganas de morirme preguntar “Dios, ¿por qué merezco esto? Entonces intento quitarme la vida junto con mi nené. Tomé algo y le puse al tetero de mi hijo, pero Dios no permitió que muriéramos, porque cuando nos llevaban en una ambulancia al hospital, mi hermana llamó al papá de mi hijo. Él me cuenta que cuando recibió la noticia prometió a Dios que si nos salvaba nos llevaría a unos grupos de oración a los que estaba asistiendo.

Fuimos a esos grupos familiares de renovación cristiana. Yo estaba embarazada de mi segundo hijo y vuelvo a considerar abortar, además había tomado algo que podía hacerle daño a mi bebé, pero nuevamente Dios no lo permitió.

Isaías 54:5-7: Porque el que te hizo es tu esposo; su nombre es el Señor Todopoderoso. Tu Redentor es el Santo de Israel; ¡Dios de toda la tierra es su nombre! El Señor te llamará como a esposa abandonada; como a mujer angustiada de espíritu, como a esposa que se casó joven tan solo para ser rechazada —dice tu Dios—.

La familia de mi esposo no me permitía entrar a su casa. Aceptaron y amaron a mis hijos, pero a mí no. Yo seguía viviendo sola con mis bebés. Ellos son gente aun de mucho dinero, pero yo era una pobre aseadora. Así que me dejaban entrar a la casa en Navidad y fechas especiales, pero mientras mis hijos disfrutaban grandes banquetes, yo comía en la cocina tamal con las empleadas. ¡Odio el tamal! Tal vez todavía necesito sanidad interior pero odio el tamal. Sin embargo, yo permitía eso porque no quería para mis hijos lo que yo viví, así que permitía que me humillaran, con tal de que mis hijos fueran amados.

En ese tiempo mis papás se devuelven para Medellín. Ellos eran alcohólicos y cinco de mis hermanos, drogadictos. Hoy tengo un hermano habitante de la calle en Medellín, otros tres ya fallecieron como indigentes. Por eso no podía llevar a mis hijos a vivir eso, preferí cargar con la humillación y el rechazo, para que tuvieran mejores oportunidades. Mis hijos, amados por sus abuelos estudiaron en uno de los mejores colegios de Bogotá.

El espejismo

Recibo a Jesús en mi corazón y comienzo a tener una vida nueva, esperanza y Dios me levanta. Comencé a ser transformada, a verme y sentirme hermosa, pero de rodillas clamaba a Dios por mi esposo. Él seguía viviendo con sus papás y yo sola con mis hijos, pero cuando quería llegaba a reclamar sus “derechos” de esposo. Llegaba a maltratar, golpear y abusar. ¿Y yo qué hacía? Pues permitirle todo lo que quisiera hacer conmigo porque era mi esposo. ¡Mentiras! Nadie puede abusar de ti. Las mujeres venimos con ese chip de no pedir ayuda por pena y tenemos que cambiarlo.

Yo busqué ayuda en la iglesia. Me recibió una persona maravillosa y me dijo: “no puedes permitir que ese hombre abuse de ti cuando se le dé la gana porque es tu esposo, él no vive contigo ni te ha dado el lugar que te corresponde”. Fue una lucha muy fuerte, pero decido separarme y ponerle un freno.

Después me invitan a trabajar en un cultivo de flores. Entré como recepcionista, a los 15 días me dieron la gerencia de producción, al mes manejaba el departamento técnico y a los dos meses era asistente del gerente. De no tener un peso en mi bolsillo, pasé a ganarme un platal.

Como era tan bonita y separada, me volví la mujer más apetecible del cultivo. Pero como estaba rota por dentro y necesitaba aceptación y reconocimiento, dejé de ir a la iglesia para ir a los eventos del cultivo, a bailar, a todas las reuniones, a las comidas de los gerentes, etc.

Y tristemente me olvido de ese Dios que me levantó y que un día me dijo TE AMO. Sentí que por todo el dinero que me ganaba y por todos los hombres que se me acercaban, ya no necesitaba a Dios. Y me aparté.

En menos de dos meses estaba viviendo con otro hombre que ganaba mucho dinero y viajaba, supuestamente porque traía mercancía de Maicao. Pero el Señor saca la luz que este hombre era mula del narcotráfico. Tristemente, a mí no me importó porque él me daba plata y lujos para restregarle a los abuelos y al papá de mis hijos. Entonces le pregunté cómo podía meterme en el “negocio”.

Para ese momento el papá de mis hijos y yo no nos habíamos divorciado legalmente. Él vivía con una mujer con mucho dinero y llegaba a recoger a mis hijos en unos carros hermosos. Por eso quería “cargarme” con mercancía para tener mejores carros. Pero Dios me tenía guardada en la palma de su mano y nunca pude viajar. Siempre pasaba algo.

Mis papás deciden devolverse de Medellín y llegan a vivir conmigo en una casa hermosísima que tenía, pero como eran alcohólicos y este hombre también, se emborrachaban constantemente y luego él trapeaba la casa conmigo.

Un día estaba en mi cuarto y él llegó a golpearme. Yo oraba en voz alta y él me decía “¡no lo nombres!”. Para mí era el mismo diablo. Entonces empecé a pedirle a Dios en mi mente: “Señor, te pido que si tú te llevas este hombre de mi vida, yo vuelvo a tu camino y nunca, pase lo que pase, lo vuelvo a abandonar”.

Cuando oré, él se asustó y quedó quieto y como un perro vino a lamerme la sangre. Mi mamá lo sacó y llamó a una ambulancia. Los golpes eran tan terribles que no se me veía el cuello y tampoco podía abrir los ojos, pero daba gracias a Dios por seguir con vida.

Al otro día él viajó con un cargamento de droga a Francia y allá lo cogieron y le dieron cinco años de cárcel. Dios se lo llevó. Duro para él, pero Dios escuchó mi oración, de su hija amada.

Un día mi mamá, que me cuidaba los golpes, me sacó a tomar el sol. Pasó una señora en un carro, bajó la ventana y me dijo: ¿Juliana? Yo soy Fulanita de Tal de los grupos familiares de renovación cristiana, ¿te acuerdas de mí? ¡Claro que me acordaba!

Si no tienes nada que hacer hoy, te invito a una iglesia a la que voy. Acepté y mi mamá, que a pesar de sus borracheras era hermosa y amorosa, se quedó con mis niños. Cuál sería mi sorpresa cuando llego a Casa Sobre la Roca y el pastor Darío predicaba. En la entrada me recibió un ujier y me dice “bienvenida” ¡y yo me siento tan feliz!

Hacen el llamado de los nuevos: no les dé miedo recibir a Jesús en sus vidas porque él va a transformar sus vidas, ahí lo recibí realmente.

Destino: la muerte

Más les hubiera valido no conocer el camino de la justicia que abandonarlo después de haber conocido el santo mandamiento que se les dio. 2 Pedro 2:21

Por mi desobediencia, el pago es la muerte. Descubren que tengo lupus eritematoso sistémico y me da una trombosis venosa. Se me paraliza medio cuerpo. Duré hospitalizada dos meses al borde de la muerte. Quien vino a cuidarme fue la señora con la que vivía el papá de mis hijos, la mujer por la que me abandonó. Ella y quien fue mi suegra, que me decía “manteca resbalosa”, eran quienes me bañaban y arreglaban. Y Dios me decía: ellas vinieron a restaurar tu vida y devolverte lo que te quitaron, lo que el enemigo te quitó: tu honra, tu lugar, tu privilegio de ser mujer, de ser mi hija.

Cuando salgo de la clínica me llevan a vivir a la casa donde yo no podía pasar a manteles y me dan uno de los mejores cuartos para ayudarme con mis hijos porque no me podía mover. Los médicos decían: “denle todo lo que ella pida, se va a morir”.

Pero dije “Dios, no me quiero morir. Quiero estar con mis hijos y ver todo lo que tienes para mí. Renuncio a la muerte y a ese destino.

Sin embargo les daré salud y los curaré y haré que disfruten de abundante paz y seguridad. Jeremías 33:6. Lo creí. Me esforcé, hice mis terapias y volví a moverme. Salí de la muerte, el Señor me sacó de la muerte. Si hay alguien que esté en la muerte física, espiritual o material, debe saber que Dios lo va a sacar.

Legalmente me divorcié del papá de mis hijos porque Dios me regaló esa palabra de Amós 3:3.

La promesa cumplida

Duré nueve años divorciada, pero pegada de Dios y clamándole por un esposo, porque lo anhelaba a pesar de haber sido abusada y maltratada. Mi recompensa llegó, se llama Jairo Armando Álvarez. Un hombre que me aceptó con mis dos hijos, mi pasado y mis enfermedades.

En ese tiempo una amiga me ayudó a montar una papelería y él era el contador. Hoy día es el contador de mi vida. Él llegó un día a trabajar y yo lo invité a la iglesia. Cuando le dije el nombre me respondió: ¿De ahí es el programa Hechos&Crónicas? Yo lo veo todos los sábados y siempre he anhelado ir pero nunca he tenido el valor. ¡Vamos!

A pesar de que había pasado por tanto y que le había dicho a Dios que iba a volver, era una cristiana que no me congregaba. No pertenecía a ningún grupo y no servía. Así no son las cosas, Dios nos llamó al servicio. Cuando el pastor hizo el llamado para los nuevos, Jairo pasa al frente y el pastor dice: “aquí hay personas que aun siendo cristianas están por los laditos”. “Entendí que Dios me estaba llamando de nuevo e hice la oración de fe con Jairo.

Iniciamos juntos el proceso, hicimos el curso de vida abundante (hoy ADN) y en tres meses estábamos casados. Nos casó el pastor Darío. Nuestros cuatro hijos (sus dos niñas y mis dos muchachos) fueron nuestros pajecitos.

Este año vamos a cumplir 19 años de casados. Todo mi sistema reproductor había quedado dañado por el lupus, así que no podía tener hijos, pero una noche en oración con mi esposo, dijimos: Señor, danos una promesa. Y nos regaló Romanos 9:9: Y la promesa es esta: «Dentro de un año vendré, y para entonces Sara tendrá un hijo.

Yo lo entendí: voy a quedar embarazada, va a ser una niña y se llamará Sara. Sarita hoy tiene 17 años. Ese es mi destino precioso de promesa de sanidad de gozo de unidad de bendición de amor porque Sarita vino a unirnos en una sola familia. Hemos crecido y aunque no ha sido fácil, servimos en el ministerio que Dios nos regaló en Nicodemo.

Este es el viaje que he caminado, estos han sido los destinos que he tenido que recorrer, pero mi mensaje para todos es que no se rindan y que confíen en la promesa de Dios. Dejemos de buscar aceptación y reconozcamos a Jesús que es el camino la verdad y la vida.

Por: María Isabel Jaramillo – @MaiaJaramillo

Foto: Archivo particular.

Artículos relacionados

Dejar comentario

Are you sure want to unlock this post?
Unlock left : 0
Are you sure want to cancel subscription?
¿Chatea con nosotros?