La inexistencia de la realidad

por Editor

Él les dijo: «Ustedes se hacen los buenos ante la gente, pero Dios conoce sus corazones. Dense cuenta de que aquello que la gente tiene en gran estima es detestable delante de Dios. Lucas 16:15.

Hoy en día estamos sujetos a que las apariencias nos engañen, más que antes. Hoy existe más maquillaje, redes sociales, lugares donde uno puede aparentar que es algo que realmente no es. Se da más vigencia a lo que vemos que a lo que somos, importa más la reputación que el carácter. La reputación, es lo que la gente piensa que usted es, pero el carácter es lo que realmente usted es.

Muchas veces cuidamos más la reputación que el carácter y eso significa vivir en apariencia. Ambas cosas tendrían que estar absolutamente ligadas entre sí, pero, precisamente por falta de carácter, fingimos situaciones, aparentamos y creamos una buena reputación hasta que, en algún momento, el globo se desinfla.

Cada vez que alguien intenta aparentar algo, lo hace porque hay una presión interna muy grande. Pero Dios nos salvó y nos envió precisamente para que no tengamos que lidiar con el peso de estar mintiendo en nuestras vidas, poder mirarle a los ojos y hablarle directamente.

Dios no nos está pidiendo que demos nuestros bienes, nos está pidiendo que abramos nuestro corazón y que seamos sinceros con Él. Obviamente con Dios no necesitamos aparentar, porque según dice la Biblia, Él pesa los corazones, nos conoce  absolutamente, sabe qué es lo que está pasando por la cabeza de cada uno.

Precisamente en la iglesia se ve el contraste entre el cristiano modelo y el verdadero cristiano:

El “cristiano modelo” no se da a conocer en el día a día, aparenta. Normalmente acepta todas las bendiciones pero ninguno de los compromisos. Su convicción es superficial, se deja llevar por modas y se fija en el exterior: un buen templo, una buena vestimenta, el ambiente, cómo me trataron los ujieres, si me sonrieron o no. El “cristiano modelo” es muy vehemente criticando y se retira al mínimo contratiempo, siempre tiene excusas, vive amargado, se siente perseguido, y termina siendo derrotado por su propia falta de fe.

En cambio, un verdadero cristiano es quien vive las enseñanzas y muestra lo que es realmente una vida en Cristo. No es perfecto, pero trata de agradar a Jesucristo más que a los hermanos y agrada a los hermanos por agradar a Jesucristo, diezma con alegría, se da a sí mismo sin reservas, no aparenta un modelo religioso, tiene una relación vivencial como la que enseñamos, integral. Se da a conocer en el día a día, acepta todo el evangelio, es firme en su convicción y no se deja llevar por diferentes modas porque se fija en lo interior: un buen mensaje, un compromiso y una buena comunión con los hermanos.

Al mostrar que tenemos vida en Cristo, tenemos que tener fruto en Él para dar a los hambrientos, a los que van a venir a la higuera a cortar los frutos. Tenemos que preguntarnos ¿qué somos? ¿Somos de plástico, o somos olivos llenos de hermosos frutos?

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